Por Alberto Farías Gramegna (*)
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“La realidad, al menos para nuestra especie, no es otra cosa, primeramente, que una trama de símbolos”
Santiago Kovadloff
“El régimen político más inhumano es el que decide qué es lo que le conviene al individuo y se lo impone a
todos”- Tzvetan Todorov
Se suele decir de la verdad que resulta de la adecuación de la inteligencia a la realidad. ¿Pero, es esta proposición verdadera? ¿Además, surge de un razonamiento válido? En política, por ejemplo, una frase común es que “la única verdad es la realidad” (sic) , pero parafraseando a Alan Francis Chalmers. nos preguntamos ¿Qué es esa cosa llamada “realidad? ¿Puede un razonamiento inválido llevarnos a una “falsa realidad”, o la “realidad” como tal es independiente de la inteligencia y está ahí, afuera del que la percibe y es siempre -en tanto real- “verdadera”?. Desde la lógica formal un razonamiento válido es aquel en que dadas unas premisas verdaderas garantiza una conclusión
verdadera.
En cambio un razonamiento no válido no puede garantizar una conclusión verdadera, aunque se den premisas verdaderas. Y además, ¿resulta pertinente asimilar la “conclusión” al concepto de “realidad”? La cuestión de saber qué cosa es “la realidad” obsesiona a la filosofía al buscar su relación con “la verdad”. Para Aristóteles, “no conocemos lo verdadero si no sabemos las causas”, lo que deja la puerta abierta al método de la ciencia. Platón, por su parte, sostenía que percibimos solo un reflejo del mundo real, desde nuestra “caverna” subjetiva. Partiendo de estas dos miradas clásicas plantearé el tema desde la perspectiva de la psicología de la percepción, vinculándola con los sistemas ideológicos.
Percibir es interpretar
El concepto mismo de “percepción” implica interpretar una sensación, es decir darle un sentido psico-socio-cultural a los sucesos “en sí”, a lo que acontece fácticamente. Un gesto, una directiva política, por ejemplo, tiene un contenido factual propio, pero se actualiza significativamente para el sujeto percipiente en el acto mismo de percibirlo, interpretándolo positiva o negativamente. La psicología social ha mostrado que, en primer lugar, son los intereses y el marco formal del rol desempeñado los que condicionan la mirada sobre los acontecimientos de cualquier índole y el sentido que se les atribuye. Como para cada sujeto su interpretación de la realidad se
impone con verosimilitud afectiva, cada cual presupone que los demás perciben con la misma “indudable” significación que él le otorga, por lo que expresar una valoración distinta es tomado como un “error” o una mentira intencionada sobre lo real, para distorsionar los hechos “verdaderos”.
En segundo lugar, la personalidad y los sistemas de creencias ideológicas direccionarán en uno u otro
sentido el significado de lo que se escucha, se mira o se siente. Más aún si las creencias se amalgaman y mudan a lo que he llamado “ideologismo”.
Es decir, las tendencias perceptivas están condicionadas por múltiples factores, que alternan su predominio en función de la situación, del conocimiento objetivo y de la “cantidad de poder” que la organización social le conceda al momento de pensar la realidad. Karl Popper decía que muchas personas inteligentes, con o sin poder, pueden ser al mismo tiempo muy irrazonables y asiéndose a sus prejuicios negarse sistemáticamente a escuchar las razones diferentes de los otros. En nuestras sociedades no hay que buscar mucho para confirmar este aserto: los “relatos” discursivos han confundido “percepción de lo real” (realidad subjetivada) con evidencia del acontecimiento material
de los hechos (realidad objetivada), por lo que la interpretación misma y la proposición, devienen
validadas y legitimadas por una previa “verdad necesaria per se”.
Los unos, los otros y la prescripción unilateral de las diferentes “verdades”
La racionalidad en las labores cotidianas -al igual que en la política a escala macrosocial- surge solo de la planificación no arbitraria ni prejuiciosa de las tareas, del reconocimiento del otro y de la honestidad en las transacciones internas de la micro o macro organización. Para Alain Badiou la universalidad de las verdades se sostiene en formas subjetivas que no pueden ser ni individuales ni comunitarias. Por el contrario, las visiones egosintónicas, que pretenden encontrar “la verdad” a través del pensamiento único, confunden el consenso de percepciones -producto de un acuerdo básico sobre método, meta y responsabilidad- con la prescripción unilateral de lo que “se debe ver” (sic) y de “cómo hacer y sentir” (sic) una tarea. Históricamente podemos citar la imposición
totalitaria del recordado “realismo socialista” o del “realismo heroico” del nazismo , ambos enfatizando la pureza de “la idea única”, el monotema idealizante de lo heroico, lo homogéneo, lo uniforme y lo simple, por sobre -negando la multiplicidad y lo abstracto- lo diverso, lo heterogéneo y lo complejo, que expresa la realidad evidente. Salvando las condiciones muy diferentes del contexto social de poder fáctico sobre el libre albedrío del sujeto, algo parecido ocurre con los fundamentalismos que se apoyan en el dogma de una suerte pensamiento “anarcoliberal”, que niega
todo tipo de regulación normativa socio institucional y presume de “única verdad” ínsita que llevaría
a una suerte de “homo aeconomicus” omnipotente que se trascienda a sí mismo en sus límites relacionales con los grupos de referencia y pertenencia. Finalmente otra versión más del relato histórico recurrente de la búsqueda del “Hombre Nuevo” (sic).
El “Consenso perceptivo”: pragmatismo operativo de la similitud en las diferencias En tanto que el “consenso perceptivo” del que hablamos no significa que todos piensen igual, (decimos “consenso” y no “imposición perceptiva”) sino que deviene de una construcción conjunta de subjetividades, de la búsqueda de las similitudes de valores en las diferencias de intereses y roles de poder. No deteriora la autoridad ni la responsabilidad de esos roles, y mucho menos la identidad individual, sino que la fortalece y ayuda a delegar poder con responsabilidad. No es un punto de partida que uniforme corporativamente las cabezas, sino metas siempre renovables a las que se arriba
por etapas y con arreglo a las cambiantes situaciones en el marco amplio de objetivos estratégicos.
El “consenso perceptivo” promueve la operatividad y surge de una comunicación continua de las propuestas y de la ida y vuelta de los puntos de vista de todos los actores del proceso y es propio de una visión estratégica. La interpretación final del conjunto de ideas y tareas -si bien puede y debe ser propuesta por los líderes-, surgirá de las genuinas transacciones de cada uno actuando como sujetos de conciencia (e interactuando en equipo) y no como objetos formales de rutina. Solo así podrá alcanzarse una “interpretación de la realidad” que se exprese grupalmente (en una organización laboral o en una sociedad dada) en una productividad coherente con los objetivos compartidos, superando las antagónicas “verdades” individuales y excluyentes de sus integrantes. Quizás esto
último sea una expresión utópica de deseo, o una posibilidad real, aunque estadísticamente poco frecuente.
(*) Psicólogo Institucional. Consultor en RRHH y Psicología del Trabajo. Profesor invitado en la Universidad de
Murcia, España